La Dani recibe a sus clientas en su luminosa peluquería de la calle Manrique en una atmósfera familiar y cercana. Algunas señoras saludan al pasar por la puerta. Suenan de fondo una rumbitas de Peret.
Me siento en sus sillas rojas y disfruto de la decoración y el solecito en mis pies. Es una mañana perfecta, un momento cotidiano de lo más costumbrista. Mientras me pongo a abocetar, Dani le corta el pelo a una chica que quiere un corte fresquito, un poco “shaggy”. El pelo me da mucho calor, explica. Y Dani escucha atentamente. Claro cari, es que tienes muy buen pelo.
El universo de la Dani es personal y fascinante, incluso la narrativa que construye en sus “estoris” desprende pura expresividad. “Mi Bea, mi Victor, mi Cami… esos rizos. Ay, te como la cara”. Si tuviera más confianza se lo diría. Oye, me encanta cómo escribes. Los pie de foto que acompañan a tus “pelaitos” tienen valor literario… ¡Quiero más de esto! ¿has pensado en escribir un libro?
Mientras dibujo el espacio, mis pensamientos no me dejan tranquila. Todo es rojo, como la alfombra roja, pienso sin querer. Cómo debe de ser, vivir entre estos dos mundos. Sobre todo, el regreso a lo cotidiano. Recuerdo la canción de Billie Eilish sobre la fama, aquella que dice “todo el mundo quiere algo de mí ahora” y me entra cierta culpa. “Bueno, perdón” rectifico en mi conversación imaginaria “Escribes muy bien. Si un día publicas un libro te lo compro seguro. Pero vamos, sin presión. No tienes por qué escribirlo, que ahora parece que hay que monetizarlo todo.”
Me gustaría contarle que a mis 20 años yo también pisé la alfombra roja en la capital, pero que todo me vino grande y salí escopetada de Madrid como arrollada por un camión. Y a veces, ese tema me remueve todavía.
De hecho, mientras dibujo las vírgenes mi monólogo interior adquiere un tono más confesional. ¿Sabes? Una vez nos presentaron en El Muro. Nada, dos, tres minutos. Pero al día siguiente dio la casualidad que quedé con una amiga de las que sí se quedaron trabajando en la industria del cine y me causa un infinito complejo de inferioridad cada vez que la veo. E hice algo impropio de mí: fui un poco fantasma. Maquillé la anécdota sugiriendo que la noche anterior habíamos estado tomando algo con “La Dani”, como si en vez de que simplemente nos presentaran, hubiésemos pasado una velada acogedora entre amigos en una terracita. Lo inflé, lo exageré, me hice la guay y luego me quedé con el runrún ¿Por qué he dicho eso? Joder. Quizá quería demostrar que aún podía estar cerca del cine y del rojo, Como una especie de ataque defensivo. Jo, Dani, lo siento.
 La ficción y el celuloide siempre me despertaron más sentido de pertenencia que ninguna otra cosa. ¿De donde eres? ¿de donde eres con ese acento que no es de aquí? Bla, bla. Tu no eres de aquí, pronuncias mucho las “eses”. No, no. Yo no soy de aquí, no soy de ninguna parte. Soy el show de Truman y Un loco a Domicilio. Soy Disney Channel, Aqua y Avril Lavigne. Y lo que es peor: Amelie ¿no me ves? Estoy un poco tocada. He crecido en Benalmádena sintiendo que la vida estaba inspirada en una fotografía de Martin Parr. Que la ficción nutría la realidad y no al revés. Fíjate tú, cómo te quedas. No lo justifica, ya, pero me ayuda a entender esa tendencia mía a montarme películas, a endiosar, a dejarme fascinar. Bueno. Por lo menos ayuda a la creación, qué sé yo. En fin.
No sé si me he explicado bien, pero cuando aparece el segundo cliente, Dani se disculpa por la espera. Perdona, sólo llevo una clienta, pero ya estoy reventada. Mi dibujo está avanzado y aunque me quedaría allí la mañana entera dibujando todos los detalles cuquis y puestos con cariño, recojo mis cosas y me despido intentando ser lo más discreta posible.
Oye, te dejas el sacapuntas. Para entonces me he comido tanto el tarro, que me siento responsable de su cansancio. Estas cosas se transmiten en la vibe. Me tengo que largar de allí y dejar de molestar. Ay, gracias.  Y salgo abrumada mientras sigue sonando Peret desde el tocadiscos azul “todos queremos más. Todos queremos más. La vida es ambición, pero no hay que olvidarse que tenemos corazón”.